Basílica de San Isidoro de León
La Real Colegiata Basílica de San Isidoro o, simplemente, San Isidoro de León, es un templo cristiano ubicado en la ciudad de León, Provincia de León, en el Camino de Santiago Francés.
Es uno de los conjuntos arquitectónicos de estilo románico más destacados de España, por su historia, arquitectura, escultura, y por los objetos suntuarios románicos que se han podido conservar. Presenta la particularidad de tener un Panteón Real ubicado a los pies de la iglesia, con pintura mural románica y capiteles originales, todo lo cual hace que sea pieza única del mundo románico de la época. El conjunto fue construido y engrandecido durante los siglos XI y XII.
En su origen fue un monasterio dedicado a San Pelayo, aunque se supone que anteriormente se asentaba en sus cimientos un templo romano. Con el traslado de los restos de san Isidoro, obispo de Sevilla, Doctor de las Españas a León, se cambió la titularidad del templo.
El edificio de la iglesia conserva algunos vestigios románicos de la primera construcción de Fernando I y Sancha. El Panteón y las dos puertas de su fachada sur, llamadas Puerta del Cordero y Puerta del Perdón, más la Puerta Norte o Capitular, son las primeras manifestaciones del arte románico en los territorios leoneses. Con el transcurso del tiempo se hicieron modificaciones y añadidos góticos, renacentistas y barrocos.
Es Monumento Histórico Artístico desde el 9 de febrero de 1910.
Contexto histórico-artístico Basílica de San Isidoro de León
El hecho de que el Reino de León estuviera inmerso en las luchas de la Reconquista, condicionaba un tanto la forma de pensar y de actuar, y esto se extendía de manera práctica al arte de la construcción y de la ornamentación, que se mantuvo fiel al pasado y al recuerdo de sus antepasados próximos: los visigodos.
Historia y evolución del edificio Basílica de San Isidoro de León
La iglesia y monasterio de lo que hoy se conoce como basílica de San Isidoro tuvo sus orígenes hacia el año 956, un solar aledaño a la muralla romana de la Legio VII Gemina, por la parte del noroeste. Toda la parte occidental del edificio está adosada y superpuesta a ella. Se conservan en buen estado por este ángulo del noroeste bastantes metros de dicha fortaleza. También se han podido detectar bajo los edificios de la Colegiata, y tras las obras de restauración, importantes vestigios romanos: gruesos muros de ladrillo, alcantarillas, cerámica, tégulas, atarjeas de letrinas (conducto por donde las aguas de la casa van al sumidero), con el sello de la Legio VII.
Del periodo visigodo no queda ni un resto y del periodo árabe, tampoco, ni de los primeros tiempos de la Reconquista. Las primeras referencias en crónicas y documentos aparecen a mediados del siglo X, dando noticia de las iglesias de San Juan y San Pelayo, que por estas fechas empiezan a desarrollarse.
El rey Sancho I de León (Sancho el Craso) quiso que se edificara esta iglesia. A lo largo de los siglos y hasta llegar al siglo xxi fue transformándose física y espiritualmente sufriendo épocas de gran esplendor y épocas de auténtica decadencia. He aquí las distintas fases por las que pasó; son fases con mucha carga histórica en las que se hizo notar en gran medida la influencia de los sucesivos reyes y su entorno familiar.
La iglesia de Sancho I el Craso
Incliti Pelagi Martir fortisimi Christi
Et bone regnantis miles per secula regis
Respice Hrotsvitham miti pietate misellam…
Elvira Ramírez era monja en San Salvador de Palat del Rey, un monasterio fundado por su padre el rey Ramiro II, construido junto a su palacio, exclusivo para mujeres de la realeza. Elvira y su comunidad se mudaron al nuevo templo de San Pelayo, aquel que se acababa de construir para recibir las reliquias del mártir. Fue levantado este templo junto a otro pequeño y muy antiguo (conocido como el antiquísimo) que estaba dedicado a san Juan Bautista. Elvira y la comunidad trasladada sirvieron tanto en un templo como en el otro.
La vida de esta comunidad monástica duró tan solo veinte años en este lugar. En el reinado de Bermudo II el Gotoso (982-999), León sufrió el ataque y devastación de Almanzor (en el 988), quedando arrasadas las dos pequeñas iglesias, San Juan Bautista y San Pelayo. Por entonces la primera abadesa Elvira ya había muerto, sucediéndola Teresa Ansúrez, la reina viuda que, al tener noticia de las inminentes aceifas de Almanzor, se ocupó (junto con la comunidad) de llevarse el cuerpo de Pelayo a la ciudad de Oviedo para preservar las reliquias.
Infantado de San Pelayo
El Infantado fue una célebre institución medieval de mediados del siglo x, establecida a favor de las infantas solteras que vivían como religiosas en los monasterios; dichas infantas llegaron a regir gran cantidad de cenobios aportando como dote poblados y propiedades varias.
Estas infantas solteras leonesas ostentaron el título de Dominas o Abadesas. El Infantado de León tuvo su comienzo en el monasterio de Palat del Rey, creado por el rey Ramiro II para su hija Elvira. Al trasladarse la comunidad de Palat del Rey al monasterio de San Pelayo (todavía no se llamaba San Isidoro), la institución tomó el nombre de Infantado de San Pelayo. Una comunidad de canónigos atendía a las monjas en calidad de capellanes, siempre bajo la autoridad de la abadesa o domina.
También a mediados del siglo x se instituyó en Covarrubias el Infantado (o Infantazgo) de Covarrubias, para las infantas de la realeza y para las hijas de los condes de Castilla que ostentaban igualmente el título de Infantas.
La iglesia de Alfonso V el Noble
Alfonso V (el de los Buenos Fueros), rey leonés desde 999 a 1028, tras el paso arrasador de Almanzor por la ciudad de León mandó reconstruir muchos edificios, entre ellos el monasterio de San Pelayo y la iglesia de San Juan Bautista.
Fue construida esta iglesia con materiales pobres (según dice el cronista obispo Lucas de Tuy, ex luto et latere es decir, de tapial y ladrillo), con planta tradicional, un testero tripartito, recto, y con dos cementerios para la gente de alto rango: uno a la cabecera para obispos y algunos reyes que yacían en León, sobre el que construyó un altar a Martín de Tours; otro a los pies (in occidentali parte), como un atrio sin cubrir, dedicado a enterramiento regio, donde puso los cuerpos de sus padres Bermudo II y Elvira García, y donde él mismo fue enterrado. Sobre su tumba hay un epitafio que dice que edificó la iglesia de San Juan de barro y ladrillos. Esta es la iglesia que se conoce como iglesia antigua y que debió ser de proporciones muy pequeñas.
Lucas de Tuy, llamado el Tudense, dice:
Fizo también la iglesia de Sant Juan Baptista en esa çibdad de cal y ladrillo, y cogió todos los huesos de todos los reyes y obispos que eran en essa çibdad y enterroles en esa iglesia.
Se reorganizó de nuevo la comunidad de monjas y la comunidad de canónigos, todos bajo el mandato de la nueva abadesa Teresa, hermana de Alfonso V. En 1028 viajó hasta Oviedo para vivir definitivamente en el monasterio de San Pelayo de esta ciudad asturiana y estar cerca de las reliquias del mártir. Allí murió y fue enterrada.
La iglesia románica de Fernando I y su esposa Sancha
Reconstruyeron también el espacio dedicado a Panteón de Reyes. Así consta en la lápida de consagración y así lo atestigua el cronista de la época conocido con el nombre de Silense que fue además clérigo de San Isidoro. En el cementerio de los pies de la iglesia (el actual Panteón de Reyes) fueron enterrados estos reyes fundadores: Fernando, Sancha y tres de sus hijos: Urraca, Elvira y García. Está también el cenotafio del último conde de Castilla, García Fernández. El epitafio de Fernando I muerto en 1065 dice así:
Fecit ecclesiam hanc lapideam qui olim fuit lutea.
Para engrandecer la iglesia y según costumbre de la época era necesario contar con importantes reliquias, por lo que hicieron traer en 1062 desde Sevilla el cuerpo de San Isidoro y desde el monasterio de Arlanza las reliquias de San Vicente de Ávila que se guardaban allí a raíz de las razias de Almanzor. Contaban también desde antiguo con la mandíbula que se decía era de San Juan Bautista.
El 21 de diciembre de 1063 se consagró esta nueva iglesia bajo la advocación de San Isidoro, ofreciendo una solemne ceremonia, y los monarcas dotaron al lugar de un importante ajuar sacro, que desde el punto de vista del arte constituye una verdadera joya del románico de aquellos tiempos. Desde esta consagración la dedicación del templo fue en exclusiva a San Isidoro.
Mantuvieron los reyes una absoluta protección al templo, acudiendo a él en todas las ocasiones propicias. Los cronistas escriben incluso sobre las emocionantes escenas de Fernando I acudiendo al templo en los momentos finales de su vida. La dotaron de reliquias insignes y de objetos de orfebrería, la enriquecieron con tesoros, así como enriquecieron al monasterio con un vasto patrimonio.
El edificio románico
Esta fue la primera iglesia románica que se levantó en el Reino de León siguiendo las modernas corrientes de este estilo.
El edificio románico de Fernando I y Sancha era de dimensiones reducidas: 16 metros de largo, con tres naves, la central de tres metros de ancho y cerca de 2 metros las laterales. De gran altura: doce metros la central, siete las laterales. La cabecera era tripartita con testeros rectos y escalonados cubiertos con bóveda de medio cañón. No tenía crucero.
De esta fase de construcción perviven en el siglo xxi: el Panteón, una portada o puerta con capiteles esculpidos que está en la planta superior del Panteón, entre los actuales Archivo y Tesoro, la Tribuna real, los dos pórticos adosados y los dos primeros cuerpos de la torre. También los muros norte y occidental, que fueron incorporados a la siguiente edificación de Urraca la Zamorana. En 1908 el conservador y arquitecto Juan Nepomuceno Torbado, al hacer unas restauraciones, puso al descubierto la planta antigua y los cimientos de esta iglesia; años más tarde, en los trabajos de solado de 1971 pudo contemplarse de nuevo el trazado de dicha planta y su estudio corrió a cargo del Instituto Arqueológico Alemán de Madrid, cuyas excavaciones fueron dirigidas por el profesor Williams.
Restauración y ampliación de la infanta Urraca
La iglesia de Urraca la Zamorana es el edificio del siglo xii que se puede ver todavía en el siglo xxi. Las tres puertas del románico pleno, puerta del Cordero, Puerta del Perdón y Puerta Norte, fueron hechas en este espacio de tiempo. También hizo cambios en el Panteón real, una estancia que ya existía cerrada y como cementerio en tiempos de sus padres.
La infanta Urraca Fernández de Zamora, soltera, era también dómina del Infantado de San Pelayo y ostentaba el señorío de los monasterios del reino cuya cabeza era el de San Isidoro de León. A la muerte de su madre Sancha en 1067 heredó el patrocinio y mantenimiento del templo. Mandó hacer muchas obras de ampliación y así consta en su epitafio de 1101:
Ordenó agrandar su iglesia y la enriqueció con numerosos presentes. (Ampliavit ecclesiam Istam)
A partir de estas reformas empezó a conocerse el templo como iglesia nueva. La infanta Urraca mandó hacer la decoración pictórica del Panteón y donó muchos más tesoros entre los que se conserva el célebre Cáliz.
Se desconoce el nombre del arquitecto que realizó estas obras. La ampliación fue hecha sobre todo por la parte meridional y oriental, doblando las dimensiones y añadiendo el brazo del crucero. Se inició con la construcción de una nueva cabecera unos metros más hacia el este sin destruir la obra de Fernando y Sancha, avanzando hacia los pies donde se encontraban con el límite del panteón y las galerías al oeste y al norte. Al llegar a la cabecera de la iglesia antigua y al proyectar su destrucción, respetaron los muros norte y occidente, lo que condicionó la anchura de las naves laterales que tuvieron que ser más estrechas que la extensión de los nuevos ábsides. Se pararon las obras durante unos años a la altura de las ventanas de la nave mayor, sin que se conozcan muy bien las razones.
Entrado el siglo xii se reanudaron las obras dirigidas esta vez por el arquitecto Pedro Deustamben que también había trabajado antes de la muerte de la Infanta Urraca. Es de suponer que las naves se iban a cubrir con techumbre de madera, pero este nuevo arquitecto optó por rematar la nave central, elevada a gran altura, con una bóveda de cañón y le proporcionó luz directa con ventanales. En general las obras realizadas por este arquitecto fueron de una gran audacia sin resultados demasiados satisfactorios, cuyas consecuencias fueron: deformación de todo lo construido, hendidura a lo largo de la bóveda alta, inclinación de los muros hacia fuera y amenaza de ruina. Todos estos defectos no se manifestaron desde el principio sino que fueron acentuándose y corrigiéndose a través de los siglos, hasta llegar a las obras del siglo xxi en que tuvo lugar una importante y definitiva restauración.
Alfonso VII y su hermana Sancha. Fin de las obras.
Alfonso VII y su hermana Sancha Raimúndez, dómina del Infantado de San Pelayo, ambos hijos de Urraca y Raimundo de Borgoña, concluyeron las obras iniciadas por su tía abuela Urraca y consagraron la iglesia solemnemente el seis de marzo de 1149.
La infanta Sancha restauró la vida monástica y ella misma profesó en el monasterio. En la localidad leonesa de Carbajal de la Legua existía una comunidad de canónigos regulares de san Agustín. La infanta Sancha en 1148 quiso que dicha comunidad se trasladara a León para ponerse al frente del monasterio al mismo tiempo que la comunidad de monjas era enviada a Carbajal; es decir, se hizo una permuta. Fue en esta nueva etapa cuando el monasterio se elevó a la categoría de abadía dependiente directamente de Roma.
La iglesia en tiempos de Fernando II
Fernando II, rey desde 1157 a 1188, segundo hijo de Alfonso VII, fundador de las órdenes militares de Santiago y Alcántara, consiguió del papa Alejandro III que se nombrase al monasterio y su iglesia como dignidad de abadía, con una serie de privilegios entre los que se encontraba la exención de toda jurisdicción episcopal bajo el título de Hija predilecta de la Iglesia Romana. En esta nueva categoría tuvo como primer abad a Menendo que la dirigió desde 1156 a 1167. En total pasaron por la abadía 66 abades, hasta su final en marzo de 2003.
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