Orden del Santo Sepulcro

Orden del Santo Sepulcro de Jerusalén

La Orden Ecuestre del Santo Sepulcro de Jerusalén, conocida en italiano como Ordine equestre del Santo Sepolcro di Gerusalemme, es una distinguida orden de caballería de la Iglesia Católica que tiene sus raíces en una figura histórica muy importante: Godofredo de Bouillón. Este noble fue uno de los principales líderes de la Primera Cruzada, un evento significativo que tuvo lugar en el siglo XI. Según los estudios más respetados y opiniones provenientes tanto del Vaticano como de Jerusalén, la orden comenzó como una especie de confraternidad. Esta confraternidad era mixta, es decir, contaba con miembros tanto clericales, como personas laicas que eran peregrinos. Con el tiempo, esta comunidad creció y se consolidó alrededor de un lugar sagrado vital para los cristianos en la región del Oriente Medio, conocido como el Santo Sepulcro, que es el lugar donde se dice que fue enterrado Jesucristo. La divisa que representa a esta orden es Deus lo vult, que en español se traduce como Dios lo quiere.

La fundación de la Orden se llevó a cabo en el año 1098 por Godofredo de Bouillón, quien era el duque de la Baja Lorena y el Protector del Santo Sepulcro. Esto ocurrió tras el éxito inicial de la Primera Cruzada, lo que la convierte en la orden de caballería más antigua que existe en el mundo hoy en día. Su objetivo principal desde el principio fue el de proteger el Santo Sepulcro de las amenazas de los infieles, y para llevar a cabo esta misión, Godofredo de Bouillón organizó a un grupo de unos 50 valientes caballeros. Posteriormente, su hermano, Balduino I de Jerusalén, enfatizó la importancia de la Orden al dotarla oficialmente con su primer conjunto de reglamentos. Estos reglamentos fueron muy influyentes y sirvieron de modelo para otras órdenes de caballería, como la del Templo y la del Hospital, que se establecieron posteriormente.

A lo largo de su historia, la Orden ha sido protagonista de varios momentos significativos. Uno de los episodios más destacados ocurrió en el año 1123 cuando lucharon valientemente junto al rey Balduino I de Jerusalén. También participaron en varios asedios importantes, como el asedio de Tiro en 1124, el asedio de Damasco que tuvo lugar durante la Segunda Cruzada en 1148, y el asedio de San Juan de Acre en 1180, donde demostraron su valentía y compromiso con su causa.

Sin embargo, las circunstancias cambiaron drásticamente en 1187 cuando la ciudad santa de Jerusalén fue capturada por los musulmanes liderados por Saladino. Tras esta pérdida, la Orden se vio obligada a reubicarse en Europa, donde se expandió a varios países como Polonia, Francia, Alemania y Flandes. A partir de este momento, la misión de la Orden cambió, enfocándose principalmente en el rescate de cristianos que habían sido capturados y mantenidos en cautiverio por los musulmanes. En España, la Orden también tomó protagonismo al intervenir en numerosas y decisivas batallas que formaban parte de la Reconquista, una serie de campañas militares para recuperar la península ibérica de manos musulmanas.

Los miembros de la Orden han sido históricamente escogidos entre los más destacados y respetados miembros de la nobleza europea. Sin embargo, en tiempos más recientes, se han eliminado ciertos requisitos de nobleza para poder ingresar a la Orden. En 1489, el Papa Inocencio VIII tomó una decisión importante al integrar formalmente la Orden en la de los hospitalarios. Sin embargo, en algunos lugares, especialmente en España, la Orden logró conservar su autonomía y estableció un régimen especial dentro de la estructura de la Iglesia Católica. En el año 1868, el Papa Pío IX otorgó a la Orden nuevos estatutos a través de la bula titulada Cum multa. Hoy en día, la Orden continúa su labor, enfocándose en apoyar el Patriarcado Latino de Jerusalén y a los fieles que allí residen. Aún mantiene, al igual que la Orden de Malta y la Orden Teutónica, un estatus honorífico particular y respetado dentro de la comunidad de la Iglesia Católica.

Historia Orden del Santo Sepulcro

La historia de la Orden pasa por varias fases:

Fase canonical

Esta primera fase se sitúa antes de la formación oficial de la Orden. Comienza cuando la madre del emperador Constantino, Santa Elena, siente una profunda devoción por los Santos Lugares. Constantino, a quien se le conoce como “El Magno”, fue una figura clave en la historia del Cristianismo, pues fue quien instauró esta fe en el Imperio Romano en el año 313. Santa Elena, motivada por su fervor religioso y su deseo de rendir homenaje al Santo Sepulcro, decidió emprender un viaje hacia Jerusalén con la intención de localizar este lugar sagrado, que le fue revelado por un piadoso judío llamado Quirino.

Con el propósito de honrar esta sagrada ubicación, Santa Elena ordenó la construcción de un templo magnífico, en homenaje a la Gloriosa Resurrección de Jesucristo. Este templo se levantó alrededor de la montaña del Gólgota, donde se cree que Cristo fue crucificado, y del propio sepulcro de Cristo, donde fue enterrado. Posteriormente, estableció un cabildo formado por Canónigos, que recibieron este nombre debido al “canon” o regla religiosa que ella misma había diseñado para organizar la vida y las obligaciones de estos religiosos. Para asegurar la custodia y la conservación del Santo Sepulcro, estos Canónigos contaron con la ayuda de varios hermanos seglares, quienes también fueron parte de este esfuerzo. A estos hermanos seglares se les dio una insignia distintiva, que consistía en una cruz formada por cinco cruces rojas, en memoria de las cinco llagas que Nuestro Señor sufrió durante su Pasión.

Sin embargo, la separación de las Iglesias hizo que estos religiosos fueran considerados cismáticos. Esta situación se complicó aún más con la ocupación musulmana de los Santos Lugares en el año 638, lo que llevó a los Canónigos a una existencia muy precaria. A pesar de estas dificultades, lograron sobrevivir hasta la conquista de Jerusalén por parte de los Cruzados en el año 1099. Tras esta victoria, Godofredo de Bouillón tomó una decisión drástica: los expulsó de Jerusalén por considerarlos cismáticos y los reemplazó por Canónicos Latinos, quienes eran leales a Roma.

Sin embargo, el cambio en la administración no se limitó simplemente a una sustitución de canónicos. Siguiendo el espíritu guerrero que caracterizaba la época, Godofredo decidió añadir un destacamento de caballeros que, en conjunto, formarían una Orden de Caballería, tanto religiosa como militar. Esto se debió a que la protección del templo del Santo Sepulcro no podía depender únicamente de la oración y las plegarias. La idea de que los clérigos pudieran empuñar las armas y convertirse en sacristanes armados era problemática y chocaba abiertamente con los cánones de la religión. A pesar de que la guerra contra los infieles que habían ocupado Tierra Santa era considerada justa y legítima, existía una prohibición rotunda para los clérigos: no podían matar a otro hombre con armas, aún en situaciones de legítima defensa, bajo pena de excomunión.

Fase heroica

El periodo conocido como la fase heroica tiene lugar en Tierra Santa, más específicamente entre los años 1099 y 1247. Durante este tiempo, los Caballeros Sepulcristas asumieron la importante responsabilidad de proteger el Santo Sepulcro, que es uno de los lugares más sagrados para los cristianos, así como de ofrecer apoyo militar a los reyes de Jerusalén. Esta relación era clave, ya que los Caballeros Sepulcristas estaban vinculados directamente a estos reyes. La autoridad sobre la Orden recaía principalmente en el Maestrazgo, un cargo que estaba delegado en el Gran Prior Sepulcrista, quien se encargaba de la administración diaria y del liderazgo de la orden.

Se dice que la idea de formar una Orden de Caballería fue adoptada por Godofredo de Bouillon después de la victoria en la batalla de Antioquía en el año 1098. En esa ocasión, Godofredo recibió la propuesta de armar caballeros a varios escuderos que se habían distinguido en el campo de batalla por su valentía. Sin embargo, él prometió a Gontier de l’Aire que esperara un poco, ya que quería convertirse en caballero una vez que hubieran conseguido conquistar el Sepulcro del Señor.

Según el relato del Conde Alphonse Couret, la Orden del Santo Sepulcro surgió de manera espontánea tras la conquista de Jerusalén por los cruzados en 1099. Este evento estuvo marcado por una masacre en la que los cruzados, que eran cristianos muy fervorosos, cometieron actos violentos contra hombres, mujeres y niños que eran musulmanes y judíos, habitantes de Jerusalén. Este acto fue impulsado en gran parte por la devoción de los cruzados hacia el Santo Sepulcro.

Godofredo de Bouillon, quien fue reconocido por todos como el Protector de Jerusalén, tomó la iniciativa de organizar los servicios religiosos en el Santo Sepulcro. Él delegó esta responsabilidad a un grupo de veinte canónigos del clero regular, quienes tenían la tarea de celebrar constantemente los oficios divinos y llevar a cabo los Santos Misterios para honrar ese lugar sagrado.

Sin embargo, la simple sustitución de canónigos no era suficiente. Estos pacíficos monjes, que llevaban vidas dedicadas a las oraciones y el ayuno, no estaban capacitados para defender el Santo Sepulcro de posibles profanaciones ni para proteger a los peregrinos que visitaban este lugar tan sagrado. Las murallas de Jerusalén no ofrecían la protección necesaria, especialmente porque los Reyes de Jerusalén estaban frecuentemente en campaña militar, lejos de la capital, y casi nunca dejaban guarnición en la ciudad. Esto significa que, en muchos casos, la ciudad quedaba desprotegida y a merced de los peligros, y se hacía necesario contar con una milicia permanente. Era esencial formar un cuerpo de caballeros seleccionados, que estuvieran dedicados a la protección de Jerusalén, en particular del Santo Sepulcro.

El cronista francés André Tavin sostiene que la Orden de Caballería del Santo Sepulcro es la primera y más antigua de todas las órdenes de caballería que se crearon en Tierra Santa. Los miembros de esta orden, que incluían fratres, canónigos y caballeros, se distinguieron como una noble guardia que vigilaba y aseguraba la protección del Santo Sepulcro. Esto atrajo la atención de numerosos príncipes y señores que realizaban peregrinaciones a Jerusalén. La Orden obtuvo el reconocimiento y la legitimidad entre los Reyes y los Pontífices, aún en una época en la que los Templarios(Orden del Templo) no habían sido establecidos, y en la que los Hospitalarios y Lazaristas solo eran conocidos como hermanos enfermeros que ofrecían cuidados en sus hospitales. Gracias a este reconocimiento temprano, la Orden del Santo Sepulcro recibió el estatus de primacía sobre otras órdenes en todos los actos religiosos y oficiales, un privilegio que todavía se mantiene en la actualidad.

A lo largo de unos años, la actividad de las cruzadas se interrumpió, pero en el año 1238, un grupo de franciscanos fue admitido en Jerusalén por el Califa, lo que permitió que las peregrinaciones se reanudaran. Sin embargo, estas eran realizadas por grupos reducidos de cristianos desarmados, quienes debían pagar un peaje para poder acceder a la ciudad. La tregua con los sarracenos permitió que se reanudaran las cruzadas hacia el Santo Sepulcro, aunque ya no con la misma solemnidad que antes. Ahora, las ceremonias se llevaban a cabo en un ambiente de discreción y en la intimidad, con el objetivo de evitar atraer la atención en una ciudad que estaba bajo el control de los infieles. Sin embargo, una vez que finalizó la tregua, los cristianos tuvieron que abandonar Jerusalén, que seguía ocupada, y regresar a sus países de origen en Europa. Así surgieron los llamados Caballeros Peregrinos. Además, hay testimonios de peregrinos cristianos que llegaron a Jerusalén durante este tiempo de relativa tolerancia por parte de los gobernantes islámicos. En esta ciudad, se encontraban con los caballeros del Santo Sepulcro, lo que llevó a la creación de los denominados Caballeros Peregrinos.

Desde el año 1238 hasta 1496, existen numerosos registros de los Caballeros Sepulcristas armados en presencia del Santo Sepulcro, muchos de los cuales pertenecían a las familias más distinguidas de Europa. En el año 1279, por ejemplo, se menciona a Jean de Heusden, un noble flamenco. En 1309 aparece Gossin Cabilau, también de nobleza flamenca. En 1244, se destaca a Godefroid de Dive, un noble francés, y en 1295 se menciona al Conde Jean X d’Arkel, bisnieto de Jean V d’Arkel, que fue armado caballero en 1176. En el año 1325, encontramos a Roberto de Namur. Esta lista continúa con muchos otros caballeros, condes y príncipes que provenían de diversas partes del mundo cristiano y que fueron armados como Caballeros Sepulcristas ante el sepulcro de Cristo. A través de este rito, recibieron una de las recompensas más queridas que un caballero cristiano podría ansiar, lo cual era un reconocimiento a su valeroso viaje y a los peligros y privaciones que sufrieron en su travesía.

Fase peregrina

La tercera fase de la historia de esta Orden se desarrolla en Europa entre los años 1247 y 1847. Durante este largo período, observamos una notable fragmentación inicial de la Orden, que se divide en seis importantes Prioratos que se establecen en diferentes países europeos. Estos Prioratos son Capua en Italia, Calatayud y Toro en España, Orleáns en Francia, Miechow en Polonia y Warwick en Inglaterra. Sin embargo, esta división no perduró. Debido a la Bula emitida en 1489 por el papa Inocencio VIII y el cisma que tuvo lugar en Inglaterra bajo el reinado de Enrique VIII, la cantidad de Prioratos se redujo a solo tres: Calatayud en España, Orleáns en Francia y Miechow en Polonia.

En el año 1484, el papa Inocencio VIII se sentía esperanzado con la idea de organizar una gran cruzada contra el islam. Esta cruzada iba a ser liderada por D’Abbuson, el Gran Maestre de la Orden de San Juan. Con ese propósito, el papa decidió contribuir a la cruzada incorporando a los Sepulcristas y Lazaristas con todos sus bienes a la Orden de San Juan de Rodas. Esta decisión buscaba ayudar a la Orden en la recuperación de las pérdidas que había sufrido a raíz del asedio otomano. El papa llevó a cabo esta acción mediante su Bula titulada “Cum solerti meditatione”, que fue emitida el 28 de marzo de 1489. Sin embargo, esta medida provocó protestas y desobediencia por parte de los reyes de España, Francia y Polonia, quienes se opusieron a esta nueva disposición. Solo en los Estados Pontificios se respetó la Bula en su totalidad.

Por otra parte, gracias a las gestiones del rey Fernando II, conocido como «El Católico», el papa León X, a través de su Bula del 29 de octubre de 1513, decidió separar a los Sepulcristas de la unión con Rodas que había establecido Inocencio VIII. En Francia, esta situación fue reafirmada por un decreto del parlamento de París, que el 16 de febrero de 1547 declaró que la Bula emitida por el papa Inocencio VIII era abusiva y contraria a las leyes del reino, lo que dejó en una situación complicada a la Orden en ese contexto.

A pesar de esta lucha por el control de la Orden, la situación no se mantuvo durante muchos años. En 1496, el papa Alejandro V, a instancias del emperador Maximiliano I y de los reyes de España y Francia, consideró que los Caballeros de Malta hacían un solemne voto de castidad, algo que no cumplían los caballeros del Santo Sepulcro. Por esta razón, decidió anular la Bula de Inocencio VIII y anexar a los Caballeros Sepulcristas a la autoridad de la Santa Sede, reconociendo así su doble carácter como Orden tanto ecuestre como pontificia.

El papa se proclamó a sí mismo y a sus sucesores como gran maestre de la Orden y otorgó al guardián del Santo Sepulcro, quien actuaba como vicario apostólico en Tierra Santa, el poder para conferir la Orden a los peregrinos que visitaban esos lugares sagrados. Para recibir esta distinción, los peregrinos debían ofrecer una ofrenda y jurar que eran de noble linaje. De esta manera, se logró asegurar la supervivencia de la Orden, aunque no se consiguió que los hospitalarios devolvieran los antiguos bienes que habían sido usurpados en varios territorios, tales como Castilla, Portugal e Italia.

A lo largo de esta fase de su existencia, la Orden mantuvo un fuerte espíritu nobiliario. La Santa Sede y los reyes de las dos monarquías más influyentes de Europa en ese momento, que eran España y Francia, estaban en constante disputa por el control de la Orden. Ambas partes deseaban ejercer su autoridad sobre ella y querer ser quienes dirigieran su maestrazgo. Finalmente, en el año 1746, la Santa Sede resolvió esta polémica a su favor, atribuyéndose el control exclusivo de la Orden de Caballeros del Santísimo Sepulcro de Jerusalén mediante un Breve del papa Benedicto XIV, poniendo así fin a la controversia.

Fase protectora

En la actualidad, nos encontramos en lo que se conoce como la cuarta fase, una etapa que comenzó en el año 1847 y que se extiende hasta nuestros días. Este periodo fue marcado por la firma de un importante Concordato, que fue un acuerdo formal entre la Santa Sede y el sultán otomano que en ese momento tenía el control sobre Tierra Santa. Este Concordato facilitó la Restauración del Patriarcado Latino de Jerusalén, un acontecimiento significativo que permitió devolver al Patriarcado su plena autoridad y funciones. Inmediatamente después de este acuerdo, se volvió a discutir la Orden de Caballeros del Santo Sepulcro, cuyo reconocimiento de privilegios y las regulaciones previas establecidas por la Iglesia sobre esta Orden fueron reafirmados.

Es importante señalar que la Santa Sede también restauró la Orden de Caballería del Santo Sepulcro, la cual es reconocida por tener «una gran antigüedad». El papa en ese momento destacó que tenía conocimiento a través de documentos confiables que, desde el siglo XV, el Padre Guardián del Santo Sepulcro, quien residía en Jerusalén, ya admitía a hombres distinguidos como Caballeros en esta Orden de Caballería, gracias a concesiones apostólicas. Esto fue ratificado para garantizar que la Orden pudiera continuar ejerciendo ese privilegio honorífico que le era tan característico.

Mencionamos en particular los Breves Pontificios, ya que en estos textos, el papa Pío IX siempre hace referencia a la antigua Orden de Caballeros. Años más tarde, las damas también tendrían la oportunidad de unirse a esta Orden, después de que se autorizara su ingreso, algo que ya había ocurrido en los primeros períodos de la misma.

La restauración del Patriarcado Latino de Jerusalén en 1847, llevada a cabo por el papa Pío IX, supuso un avance muy significativo, ya que le otorgó al Patriarcado la responsabilidad de gobernar y administrar la Orden. Desde ese momento, se confirió a sus miembros la importante tarea de apoyar las labores del Patriarcado, orientadas a mantener y difundir la presencia de la Cristiandad en Tierra Santa. Fue el mismo Pío IX quien emitió su Breve Cum Multa el 24 de enero de 1868, en el cual estableció una estructura con tres grados dentro de la Orden: Caballeros, Comendadores y Grandes Cruces. También se expidieron los reglamentos que regirían estas categorías. Más adelante, el papa León XIII emitió su Breve Venerabile Frater Vincentius el 3 de agosto de 1888, autorizando al Patriarca de Jerusalén a otorgar la Cruz de la Orden a las Damas, expandiendo así aún más la participación en esta venerada institución.

Estatutos Orden del Santo Sepulcro

La Orden Sepulcrista, conocida por su importante papel en la historia de las Cruzadas y la defensa del territorio cristiano en Tierra Santa, se guiaba por un conjunto de normas que eran sus propios Estatutos o Assises. Este documento histórico, que aún se conserva, fue encargado por el rey francés Luis VII en el año 1149. Su propósito era establecer unas pautas claras que sirvieran como referencia para la Cofradía de la Orden del Santo Sepulcro. Esta Cofradía se formó en Francia siguiendo el modelo de la Orden Sepulcrista, y para ello, Luis VII elaboró unos Assises que eran similares a los que ya existían desde la fundación de la Orden en Jerusalén.

Dentro de estos Estatutos, se destaca que Godofredo de Bouillon, uno de los líderes más prominentes durante las Cruzadas, se reservó para sí mismo la máxima autoridad sobre la Orden, conocida como el Maestrazgo. Este derecho que él ejerció pasaría, tras su muerte, a los Reyes Latinos de Jerusalén, asegurando así una continuidad en el liderazgo de la Orden en la región.

Además, en este documento se definen dos categorías principales de miembros dentro de la Orden. La primera de estas categorías está formada por los Milites, que son los Caballeros, quienes tenían la responsabilidad de participar activamente en la defensa militar. En segundo lugar, se encuentran los Presbyteri, que son los Canónigos, quienes se encargaban de la vida espiritual y litúrgica de la comunidad. También se menciona la figura de los Viatores, que se refería a los Peregrinos que visitaban los lugares sagrados. Este texto establece que los reyes gestores de la Tierra Santa podían delegar su mando en un Tenente, un cargo que asegura una buena organización y gestión de la Orden.

Las obligaciones que se imponían a los Caballeros eran claras y específicas; debían proteger con sus armas, combatir a los enemigos y hacer la guerra siempre que fuera necesario. Por otro lado, los Canónigos tenían la misión de rezar y celebrar los oficios divinos en la Iglesia del Santo Sepulcro, un lugar de gran importancia para la fe cristiana. Gracias a estas normas, la Orden mantuvo una guarnición en Jerusalén, ejerciendo su influencia y presencia mientras la ciudad fue administrada por los cristianos.

Las Crónicas históricas nos hablan de los Caballeros que estaban de guardia de manera permanente ante el Santo Sepulcro, un lugar sagrado que requería de protección constante. También se documenta la existencia de los Custodios o Guardias armados auxiliares. Se estima que había unos quinientos Custodios, quienes debían proporcionar apoyo al ejército de los Reyes de Jerusalén, participando activamente en numerosas batallas para mantener el control de la ciudad.

Sin embargo, la historia dio un giro drástico con la pérdida de Jerusalén a manos de Saladino, un momento que marcó la destrucción del Reino Latino de Jerusalén. Esta situación privó a la Orden de su carácter guerrero que había mantenido hasta entonces. Al igual que otras Órdenes militares que operaban en la región, la Orden Sepulcrista se vio obligada a adaptarse a las nuevas circunstancias para poder luchar por su supervivencia.

Los Caballeros del Santo Sepulcro fueron quienes más sufrieron a consecuencia de la pérdida de Jerusalén. Se vieron forzados a abandonar la guardia en los Santos Lugares, sin contar con otra base a la que pudieran replegarse. A diferencia de los templarios y los hospitalarios, que contaban con fortalezas en diferentes ubicaciones, todas las instalaciones Sepulcristas estaban ubicadas dentro de la ciudad santa. Ante la pérdida de Jerusalén, estas fortificaciones y edificios que una vez fueron su hogar y su cuartel general tuvieron que ser abandonados, lo que significó un duro golpe para la Orden y sus miembros.

En España, a lo largo de los años, cada uno de los diferentes reinos que la conforman ha mostrado una gran devoción hacia el Santo Sepulcro. Esto ha llevado a que las peregrinaciones a Tierra Santa sean muy frecuentes entre los habitantes de estas tierras. Muchos españoles, inspirados por su fe, se han convertido en caballeros sepulcristas, viajando en cruzadas hacia los lugares sagrados para cumplir con su vocación religiosa.

El poder de esta orden llegó a ser tan influyente que se comparaba con el de las reconocidas órdenes del Temple y del Hospital. En el año 1131, el Rey Alfonso I, conocido como el Batallador de Aragón, decidió incluir a esta orden como coheredera junto a las mencionadas en su testamento. Este testamento estaba destinado a distribuir sus dominios, aunque es importante mencionar que muchos nobles aragoneses no siguieron estas disposiciones. A cambio de aceptar otros patrimonios que no interfirieran con la línea de sucesión real, el conde Ramón Berenguer IV de Barcelona otorgó tierras adicionales en el reino de Aragón, mayormente en la zona de Calatayud, además del Principado de Cataluña. Siguiendo esta iniciativa, Jaime I el Conquistador hizo lo mismo durante sus campañas en Mallorca y Valencia, brindándole una mayor presencia y poder a la orden.

Cuando se supo acerca de la restauración de la orden, varios caballeros se reunieron para discutir su futuro. Decidieron enviar una carta a todos los caballeros españoles cuyos domicilios conocían, invitándolos a una asamblea general. Así, el 27 de marzo de 1874, se estableció la asamblea española de caballeros de la orden militar del Santo Sepulcro. Este momento marcó un hito importante, y Salvador María de Ory se convirtió en el fundador y presidente del Capítulo de España y de su comisión permanente.

Con el paso del tiempo y tras varias circunstancias, el 26 de junio de 1882, esta orden recibió del Ministerio de Estado el Regium Exequatur. Gracias a este reconocimiento, los caballeros españoles del Santo Sepulcro ganaron el derecho a disfrutar de las mismas consideraciones oficiales que se daban a los caballeros de otras órdenes militares en España, a las que estaban considerados como asimilados.

En el año 1899, la Orden en España conseguiría un nuevo reconocimiento significativo que reafirmaba su valor. Después de la finalización de la restauración del Templo de San Francisco el Grande en Madrid, se emitió la Real Orden el 21 de febrero de 1899. Esta orden permitió que, de ahí en adelante, el capítulo pudiera llevar a cabo sus reuniones y funciones religiosas en el mencionado templo. Además, se le otorgó la capilla del Calvario y otros dos locales, uno destinado a que los caballeros pudieran vestirse y otro para guardar sus pertenencias. Este acuerdo no fue fácil de lograr, ya que incluso hubo que superar la resistencia inicial del propio rector del templo. A partir de este momento, se estableció un vínculo que ha perdurado entre la orden y la Iglesia de San Francisco el Grande hasta la actualidad.

En la actualidad, la sede principal de la orden en España se encuentra en la Real Colegiata del Santo Sepulcro de Calatayud. Allí, los caballeros, quienes son canónigos honorarios de la colegiata, se reúnen al menos una vez al año para celebrar su capítulo general. La organización de la orden en España se divide en dos lugartenencias, que corresponden a las antiguas coronas de Aragón y de Castilla y León. Cada una de estas lugartenencias es gobernada por un lugarteniente, un gran prior y un consejo.

En la Lugartenencia de España Occidental, el actual lugarteniente es José Carlos Sanjuán y Monforte. Desde el año 2022, el gran prior es el Excmo. y Rvdmo. Sr. D. Francisco César García Magán, quien ocupa el cargo de Obispo Auxiliar de Toledo y Secretario General de la Conferencia Episcopal. Esta lugartenencia incluye los capítulos de diversas regiones, tales como Andalucía, Asturias, Cantabria, Castilla y León, Castilla-La Mancha, Extremadura, Galicia, Canarias, La Rioja, la Comunidad de Madrid, la Región de Murcia, el País Vasco y también las ciudades autónomas de Ceuta y Melilla.

Por otro lado, en la Lugartenencia de España Oriental, el lugarteniente actual es Juan Carlos de Balle y Comas, mientras que el gran prior es Lluís Martínez Sistach, arzobispo emérito de Barcelona. Esta lugartenencia tiene su sede en la parroquia mayor de Santa Ana, en Barcelona, un antiguo monasterio que perteneció a la orden. Los capítulos que la componen incluyen los de Aragón, Cataluña, las Islas Baleares, Valencia, Navarra y Andorra.

Obra Pía de los Santos Lugares

La Obra Pía de los Santos Lugares es una institución única que forma parte de la Administración española. Está marcada por un emblema característico que consiste en cinco cruces rojas, el mismo símbolo que utiliza la Orden del Santo Sepulcro de Jerusalén. Esta conexión histórica entre ambas entidades ha perdurado a lo largo de los años, destacando el papel fundamental que cada una desempeña en la protección y mantenimiento de los Santos Lugares, especialmente el Santo Sepulcro en Jerusalén. Aunque hoy en día operan de manera independiente, la relación entre la Orden del Santo Sepulcro y la Obra Pía de los Santos Lugares es innegable, y ambas comparten este emblema que, con su cruz roja grande en el centro rodeada de cuatro cruces más pequeñas, simboliza las cinco llagas que Jesucristo llevó durante su crucifixión.

La estructura actual de la Obra Pía está regulada por el Real Decreto 1005/2015, que fue aprobado el 6 de noviembre de ese año. De acuerdo con este Real Decreto, el Presidente de la Obra Pía de los Santos Lugares es el Subsecretario del Ministerio de Asuntos Exteriores, Unión Europea y Cooperación. Esta figura también preside la Junta del Patronato, que es el órgano colegiado encargado de la gestión y dirección de la Obra Pía. Es importante resaltar que la Obra Pía de los Santos Lugares está definida como una entidad estatal de derecho público dedicada a actividades sin fines de lucro, lo que enfatiza su carácter altruista y su compromiso con causas de gran relevancia social y cultural.

El objetivo principal de la Obra Pía es fomentar la cooperación religiosa y proporcionar ayuda humanitaria. En el marco de sus actividades actuales, la Obra Pía se enfoca en varias áreas clave. Una de sus funciones esenciales es mantener y aumentar la presencia de España en la región de Tierra Santa, lo que implica desarrollar proyectos y actividades que fortalezcan esta conexión. Además, la Obra Pía promueve el estudio e investigación acerca de la historia de la presencia española en los distintos pueblos que rodean el Mediterráneo y en la región de Oriente Medio, con un énfasis especial en los eventos que han tenido lugar en Tierra Santa a lo largo de los siglos. También desempeña un papel importante en la cooperación humanitaria y en la educación dentro de esta área geográfica, colaborando con diferentes organizaciones y iniciativas que buscan mejorar la vida de las comunidades locales. Por último, la Obra Pía apoya la Basílica-Museo de San Francisco el Grande en Madrid, contribuyendo a su mantenimiento y promoción, lo que refleja su compromiso con la cultura y el patrimonio histórico.


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