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Iglesia de San Primitivo y San Facundo en Las Quintanillas
La Provincia de Burgos es tierra de monasterios, ermitas e iglesias que parecen brotar de la misma piedra de la meseta. Entre ellas, hay pequeños templos que, aunque no se encuentren en las rutas más conocidas, encierran tanta historia como los más famosos. Ese es el caso de la Iglesia de San Primitivo y San Facundo en Las Quintanillas, un lugar donde el tiempo se detiene y las tradiciones cobran vida.
Visitarla es adentrarse en un mundo en el que el pasado medieval sigue muy presente. Sus muros, aunque humildes, están cargados de memoria y simbolismo. No solo es un espacio de culto, sino un auténtico emblema de identidad para los habitantes del pueblo.
Un viaje a los orígenes
El origen de la iglesia se remonta a los siglos XII y XIII, cuando el románico estaba en plena expansión por la península ibérica. En ese momento, las comunidades rurales levantaban templos sobrios, de muros gruesos y portadas sencillas, que transmitían tanto espiritualidad como seguridad. No hay que olvidar que las iglesias medievales cumplían también un papel protector frente a los peligros, casi como pequeñas fortalezas.
Con el paso de los siglos, la iglesia de Las Quintanillas fue transformándose. Se añadieron capillas laterales en la época renacentista y más tarde llegaron los detalles barrocos, como el retablo principal. Esta mezcla de estilos la convierte en un testimonio vivo del devenir de la arquitectura religiosa castellana. Cada piedra refleja un capítulo de la historia, y al contemplarla se percibe ese diálogo constante entre lo antiguo y lo nuevo.
Los mártires que dieron nombre al templo
San Primitivo y San Facundo fueron dos hermanos cristianos martirizados durante la Hispania romana, probablemente en el siglo IV. Su historia se sitúa en tiempos de persecución, cuando profesar la fe en Cristo podía costar la vida. Se cuenta que fueron torturados y ejecutados, y su valentía les convirtió en símbolos de la resistencia espiritual.
La devoción a estos santos arraigó especialmente en Castilla, donde se fundaron varios templos en su honor. Dedicarse a ellos no era solo un gesto de veneración, sino también una forma de recordar que la fe podía mantenerse firme incluso en medio de las adversidades. En pueblos como Las Quintanillas, tener a estos mártires como patronos reforzaba la identidad cristiana y la unidad comunitaria.
El entorno de Las Quintanillas
El pequeño municipio de Las Quintanillas se encuentra a unos kilómetros de la ciudad de Burgos, en plena meseta castellana. Sus paisajes son los típicos de la zona: campos de cereal que cambian de color con las estaciones, caminos que invitan a caminar sin prisa y un horizonte despejado donde el cielo parece no tener fin.
En un pueblo así, la iglesia no es solo un edificio religioso, sino también el corazón de la vida comunitaria. Durante siglos, fue el punto de reunión para vecinos, lugar de celebraciones, de despedidas, de bautizos y de bodas. Su importancia cultural va más allá de lo espiritual, porque en ella se entrelazan la historia local, la memoria colectiva y las tradiciones transmitidas de generación en generación.
La arquitectura del templo
Aunque no se trate de un edificio monumental, la iglesia de San Primitivo y San Facundo es un ejemplo perfecto del románico rural burgalés. Su portada, de líneas sencillas y arquivoltas sobrias, muestra el equilibrio entre belleza y austeridad. No tiene la riqueza escultórica de otros templos mayores, pero justamente en esa simplicidad radica su encanto.
La torre, que se levanta en un lateral, cumple la doble función de campanario y vigía. En la Edad Media no era raro que las iglesias fueran utilizadas como refugio en momentos de peligro, y la altura de la torre permitía vigilar los alrededores.
Al entrar, el contraste sorprende. La sobriedad exterior da paso a un interior con más detalles, fruto de añadidos posteriores. El retablo barroco del altar mayor brilla con dorados y esculturas, en marcado contraste con la desnudez románica de los muros. Allí destacan las imágenes de los santos patronos, colocadas en un lugar privilegiado, recordando siempre a los feligreses el motivo por el que este templo fue levantado.
Uno de los tesoros más queridos es la pila bautismal románica, tallada en piedra. Su sencillez no resta importancia a su simbolismo: por ella han pasado generaciones enteras de vecinos, marcando el inicio de sus vidas cristianas. Es emocionante pensar que un objeto tan simple haya acompañado a la comunidad durante siglos, siendo testigo de tantas historias personales.
Arte, símbolos y espiritualidad
Los detalles escultóricos de la iglesia, aunque discretos, encierran un gran valor simbólico. Capiteles con motivos vegetales, cruces y figuras geométricas decoran algunas partes de la estructura. Este tipo de elementos no era meramente ornamental: funcionaban como un lenguaje visual, un catecismo en piedra para un pueblo mayoritariamente analfabeto.
Las imágenes de San Primitivo y San Facundo, aunque no sean de gran renombre artístico, transmiten devoción y cercanía. Son representaciones pensadas para la oración sencilla, para acompañar al creyente en sus súplicas diarias. Al mirarlas, uno siente esa espiritualidad cercana, más humana que grandilocuente.
Tradiciones y vida comunitaria
La iglesia sigue siendo protagonista en las festividades locales. Cada año, en honor a San Primitivo y San Facundo, el pueblo se viste de fiesta. Se celebran misas solemnes, procesiones y actos populares donde lo religioso y lo festivo se funden. La procesión es uno de los momentos más esperados: las imágenes de los santos recorren las calles en andas, entre rezos, cánticos y aplausos.
Más allá de las fiestas patronales, la iglesia también ha sido escenario de antiguas tradiciones. Una de las más curiosas era la costumbre de llevar agua bendita del templo a los campos para bendecir las cosechas. Esta práctica, mezcla de religión y cultura agrícola, demuestra cómo la fe se entrelazaba con la vida cotidiana de la gente.
Conservación y futuro
Como muchas iglesias rurales, la de Las Quintanillas ha tenido que enfrentar el paso del tiempo y los riesgos del abandono. En el siglo XX se llevaron a cabo obras de restauración que permitieron asegurar la estructura y renovar las cubiertas. Sin esas intervenciones, quizás hoy no podríamos admirarla.
El gran reto actual es garantizar su conservación en un contexto de despoblación. Los pueblos pequeños cada vez cuentan con menos recursos, y mantener en pie un edificio histórico requiere esfuerzos constantes. Sin embargo, el patrimonio no se mide solo en términos económicos: conservar esta iglesia significa preservar la identidad, la memoria y el alma de la comunidad.
Visitas y turismo
Llegar a Las Quintanillas es sencillo. Desde Burgos capital se tarda apenas un cuarto de hora en coche. El pueblo, pequeño y acogedor, invita a pasear sin prisa y a dejarse sorprender por su ambiente tranquilo.
La iglesia no siempre está abierta de forma regular, por lo que conviene preguntar a los vecinos o en el ayuntamiento antes de visitarla. Lo ideal es acudir durante las fiestas patronales, cuando el templo se engalana y es posible disfrutar de la atmósfera más auténtica. En cualquier caso, detenerse ante su portada, contemplar la torre y recorrer el entorno ya merece la pena.
Historias y leyendas
Como en todo pueblo, la tradición oral también ha dejado relatos curiosos. Algunos vecinos recuerdan viejas historias que hablaban de campanas que repicaban solas en momentos de peligro, como un aviso misterioso para proteger a la comunidad. Otros cuentan cómo, en tiempos de sequía, se organizaban rogativas especiales, llevando las imágenes de los santos hasta las tierras para pedir lluvia.
Estas leyendas, más allá de su veracidad, son parte de la identidad del pueblo. Nos recuerdan que la iglesia no es solo un conjunto de piedras, sino un espacio cargado de vida, fe y memoria colectiva.
Iglesia de San Primitivo y San Facundo en Las Quintanillas
La Iglesia de San Primitivo y San Facundo en Las Quintanillas es mucho más que un templo de piedra. Es la suma de siglos de historia, de devoción sencilla y de tradiciones que han dado sentido a la vida de un pueblo. Su valor no está únicamente en la arquitectura románica o en el retablo barroco, sino en su capacidad de conectar a las personas con su pasado y con su fe.
Quizás no figure en las guías turísticas más visitadas, pero precisamente ahí está su encanto. En su silencio se escucha la voz de los antepasados, en sus muros se lee la historia de una comunidad, y en sus fiestas se siente la alegría de un pueblo que sigue manteniendo vivas sus raíces.
Si alguna vez viajas a Burgos, dedica un momento a visitar Las Quintanillas. Frente a la iglesia de San Primitivo y San Facundo, sentirás que el tiempo se detiene y que, de alguna manera, tú también formas parte de esa larga historia que aún sigue escribiéndose.
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