Un amor de camino

17 Dec 2025 3 min read
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Hice el Camino de Santiago Francés por primera vez en agosto de 2023 y, sin saberlo, estaba a punto de vivir una de las experiencias más especiales de mi vida. Llevaba más de un año queriéndolo hacer, pero siempre encontraba una excusa: no tenía con quién ir, nunca había viajado sola y a mis padres la idea les daba auténtico pánico. Así que, como tantas otras veces, anteponía otros viajes, siempre acompañada, dejando el Camino para “algún día”.

Ese “algún día” llegó gracias a mi prima. Nos llevamos 11 años y un día me confesó que ella también soñaba con hacer el Camino. Sus padres, al igual que los míos, no querían que lo hiciera sola, así que fue nuestra oportunidad perfecta. Sin pensarlo demasiado, reservamos los billetes de tren y los albergues y decidimos lanzarnos. A veces, solo necesitas a la persona adecuada para dar el paso.

Con muchísima ilusión, cogimos el tren desde Madrid hasta Sarria, preparadísimas para los 115 kilómetros que teníamos por delante. El primer día fue pura emoción: echar a andar, ver a tanta gente en la misma situación, sentir el buen rollo, la naturaleza. Todo fluía. Al llegar a Portomarín, dejamos la mochila, orgullosas de nuestra primera etapa, y nos fuimos a tomar algo y a comer. Y ahí ocurrió algo que marcaría todo mi Camino.

Justo enfrente había un chico con barba, una sonrisa que contagiaba y una mirada que hablaba por sí sola. Nos sonreímos. Él estaba con más chicos y, al rato, se acercó para invitarnos a unirnos. Yo encantada, claro. La mayoría había empezado el Camino solo y él, llamémosle “el vikingo” tenía una habilidad increíble para unir personas. En menos de 20 kilómetros ya había creado un grupo precioso de personas que estaban haciendo el camino en solitario.

Después de comer, nos fuimos todos juntos a la piscina municipal y allí hicimos muchísima piña. El segundo día, mi prima y yo empezamos nuestra etapa y, casualidades de la vida, el vikingo caminaba cerca. Salimos los tres juntos. Fue una etapa dura por el calor, pero llena de risas, conversaciones infinitas y alguna que otra tirada de caña. Al llegar al final, otra coincidencia: se quedaba en nuestro mismo albergue. ¿Casualidad? ¿Destino? Lavadora, secadora y reencuentro con el grupo.

La tercera etapa tenía fama de ser la “rompepiernas” y nos daba respeto, pero para mí fue la mejor. Disfrutamos de la naturaleza, de los animales, de los pueblos, de la gente local y de los peregrinos. Se unió otro amigo de Valencia y pasamos a ser cuatro. En el Camino todo cambia: todo el mundo es amable, todo el mundo ayuda. Surgen conversaciones que solo pasan allí:

“¿Qué tal has dormido?”, “¿Has escuchado al de al lado roncar?”, “¿Qué tal la rodilla?”, “¿Has conseguido ir al baño?”.

Coincidir varios días con las mismas personas crea vínculos muy especiales.

Antes de acabar esa etapa, paramos en un riachuelo. Pies en remojo, una Estrella Galicia bien fría y la sensación de felicidad absoluta. Ese día fue muy importante para mí, porque el vikingo y yo nos besamos a escondidas, como niños pequeños. Un juego muy divertido. La gente pensaba que éramos pareja por nuestra conexión…

Un amor de camino 2

La cuarta etapa fue igual de bonita. Recuerdo especialmente a una mujer gaditana y a su hijo, a los que conocimos comiendo en el albergue. Me quedé embobada escuchando su historia de vida y admirando la buena persona que había criado. Esa noche terminamos todos juntos en una terraza, amigos, amigos de amigos y las mismas caras que llevábamos días viendo. El tardeo se alargó, brindis, bailes y muchas risas.

La quinta y última etapa la afrontamos con ilusión y tristeza a partes iguales. Llegábamos a la ansiada Catedral de Santiago, pero sabíamos que esta experiencia tocaba a su fin. Ya no éramos cuatro, éramos muchos más entrando juntos a la Plaza del Obradoiro. Mi amor de Camino, como un amor de verano, tenía fecha de caducidad, pero fue tan intenso que entramos de la mano. Con lágrimas en los ojos, solo pude decir: lo conseguí.

Y sí, el Camino es esfuerzo físico, pero para mí es sobre todo personas, historias, risas, conversaciones y conexiones. Es una experiencia que, de verdad, todo el mundo debería vivir al menos una vez en la vida.


Mábel Fernández
Instagram: @viajayviveportres
Camino de Santiago Francés
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