Una mochila y un sueño cumplido
El Camino de Santiago fue la experiencia más increíble que he vivido en mis 36 años de vida. Hice el Camino de Santiago Francés entre agosto y septiembre de 2024, en 29 días y sola. El Camino fue mágico y especial; me brindó la experiencia de estar en movimiento, de sentir el cuerpo y la mente ajustándose al ritmo del viaje, y de comprender que, al final, el verdadero Camino no estaba solo frente a mí, sino dentro de mí.
Salí de muy lejos, del sur de Brasil, para vivirlo. El Camino se fue transformando en una secuencia de pequeños encuentros con el mundo y conmigo misma, dejando de ser solo una lista de kilómetros por recorrer. Me permitió caminar sin prisa, vivir y prestar atención a cada detalle, a cada sensación, cosas que en la rutina del día a día solemos no percibir. Cada etapa trajo consigo desafíos y descubrimientos, momentos de esfuerzo físico, de silencio interior, de encuentros inesperados y reflexiones que se acumularon paso a paso.
Fueron muchas personas, muchas conversaciones, muchos aprendizajes, muchos kilómetros recorridos por la naturaleza, pero también muchas horas de silencio y reflexión. Todo en el Camino tenía un propósito. Transformó mi forma de pensar, de ver, de sentirme libre. Hice todo el Camino Francés sola. Muchos días comenzaba a caminar de madrugada, en la oscuridad, a veces con alguien cerca, a veces sin nadie, solo yo, Dios y el Camino. Y, por increíble que parezca, no tuve miedo en ningún momento. Allí me sentía en casa y protegida.
Cuando salí de Saint-Jean-Pied-de-Port, me equivoqué de ruta. ¡Me equivoqué en el primer día… EN EL PRIMER DÍA! Estaba en una mezcla de emoción, ansiedad y tantos sentimientos que simplemente seguí caminando sin darme cuenta de que debía mantenerme a la derecha. Cuando noté que ya no había nadie alrededor, consulté las aplicaciones y vi que estaba equivocada. Pero todo bien, ¡eso pasa cuando uno vive sus sueños! El recorrido, sin embargo, fue hermoso, ¡extremadamente hermoso! Lo anhelaba profundamente, especialmente el cruce de los Pirineos, la cadena montañosa del sur de Francia. El amanecer fue un espectáculo aparte, indescriptible. Paisajes encantadores, de los que quitan el aliento, ovejas, caballos, muchas subidas sin sombra y luego descensos muy empinados. La mochila pesaba bastante, los hombros dolían, pero era el primer día de adaptación… para mí, para mi cuerpo, para él con la mochila. A partir de ahí seríamos uno solo, durante muchos días.
El día 19 del Camino, en las Mesetas, cumplí 35 años y pasé la noche en Astorga, una ciudad preciosa, rodeada de murallas. Ese día me alojé en un albergue brasileño (Albergue Só Por Hoje Astorga) y pude revivir el sabor de la comida de mi país. Aun con la nostalgia de casa, sentía que estaba exactamente donde debía estar.
Cuando llegó el gran día, el día que ya había vivido un millón de veces en mi mente, amaneció lloviendo. Luego llegó la niebla. En el Monte do Gozo, lugar desde donde ya se puede ver la ciudad y las torres de la Catedral, no se veía nada. Comencé a ponerme ansiosa porque no quería llegar sin poder ver. Pero a medida que me acercaba, el cielo se despejó y ya podía divisar las torres a lo lejos. Justo antes de llegar a la Plaza del Obradoiro, en Santiago de Compostela, la emoción se apoderó de mí. Un señor tocaba la música medieval «Dum Pater Familias», también conocida como «Canto de Ultreya» o «Canción de los Peregrinos Flamencos». Esta melodía, una de las más antiguas que hacen referencia al culto a Santiago, acompaña a los peregrinos que llegan a la plaza y a la Catedral. Ya había visto varios videos de ese momento. Pero estar allí, sentirlo, vivirlo, emocionarme… fue inexplicable. ¿Y adivinen? ¡Hasta salió el sol para recibirme!
Allí sentada, con la Catedral de Santiago frente a mí, la mochila al lado, muchas emociones afloraron: risas, lágrimas, pensamientos sobre mi familia, mi madre, todo lo que había vivido en los últimos años, lo mucho que había deseado estar allí. Durante un largo rato permanecí sentada, viviendo y apreciando el momento, sintiéndome viva y agradeciendo por todo.
Actualmente, estoy escribiendo un libro para contar todo lo que viví y aprendí, un libro que también habla sobre el coraje. Lo que la vida nos pide es coraje: coraje para ir en busca, coraje para no rendirse. Quien camina entiende que el momento justo es el que se vive, no el que se espera. El suelo mojado, el viento en contra, lo imprevisto… todo eso enseña más que la calma. El Camino nunca promete comodidad, pero siempre ofrece aprendizaje.
Gracieli Fernandes
Instagram: gracieli_fer
Versión Português Brasil
Uma mochila e um sonho realizado
O Caminho de Santiago foi a experiência mais incrível que vivi em meus 36 anos de vida. Fiz o Caminho Francês entre agosto e setembro de 2024, em 29 dias e sozinha. O Caminho foi mágico e especial; me proporcionou a experiência de estar em movimento, de sentir o corpo e a mente se ajustando ao ritmo da viagem e de compreender que, no fim, o verdadeiro Caminho não estava apenas à minha frente, mas dentro de mim.
Saí de muito longe, do sul do Brasil, para vivê-lo. O Caminho foi se transformando em uma sequência de pequenos encontros com o mundo e comigo mesma, deixando de ser apenas uma lista de quilômetros a percorrer. Ele me permitiu caminhar sem pressa, viver e prestar atenção a cada detalhe, a cada sensação — coisas que na rotina do dia a dia costumamos não perceber. Cada etapa trouxe consigo desafios e descobertas, momentos de esforço físico, de silêncio interior, de encontros inesperados e reflexões que se acumularam passo a passo.
Foram muitas pessoas, muitas conversas, muitos aprendizados, muitos quilômetros percorridos pela natureza, mas também muitas horas de silêncio e reflexão. Tudo no Caminho tinha um propósito. Ele transformou meu modo de pensar, de ver, de me sentir livre. Fiz todo o Caminho Francês sozinha. Muitos dias eu começava a caminhar de madrugada, no escuro, às vezes com alguém por perto, às vezes com ninguém — só eu, Deus e o Caminho. E, por incrível que pareça, não senti medo em momento algum. Ali eu me sentia em casa e protegida.
Quando saí de Saint-Jean-Pied-de-Port, errei a rota. Eu errei no primeiro dia… NO PRIMEIRO DIA! Eu estava em uma mistura de emoção, ansiedade e tantos sentimentos que simplesmente continuei caminhando sem perceber que deveria me manter à direita. Quando notei que já não havia ninguém por perto, consultei os aplicativos e vi que estava no caminho errado. Mas tudo bem, isso acontece quando a gente vive os próprios sonhos! O trajeto, porém, foi lindo — extremamente lindo! Eu o desejava profundamente, especialmente a travessia dos Pireneus, a cadeia montanhosa do sul da França. O amanhecer foi um espetáculo à parte, indescritível. Paisagens encantadoras, de tirar o fôlego; ovelhas, cavalos; muitas subidas sem sombra e depois descidas bem íngremes. A mochila pesava bastante, os ombros doíam, mas era o primeiro dia de adaptação… para mim, para o meu corpo, para ele com a mochila. A partir dali seríamos um só, por muitos dias.
No 19º dia do Caminho, nas Mesetas, completei 35 anos e passei a noite em Astorga, uma cidade lindíssima, cercada por muralhas. Nesse dia, fiquei em um albergue brasileiro e pude reviver o sabor da comida do meu país. Mesmo com a saudade de casa, sentia que estava exatamente onde deveria estar.
Quando chegou o grande dia — aquele que eu já tinha vivido um milhão de vezes na minha mente —, amanheceu chovendo. Depois veio a neblina. No Monte do Gozo, lugar de onde já se pode ver a cidade e as torres da Catedral, não se via nada. Comecei a ficar ansiosa porque não queria chegar sem poder ver. Mas, à medida que me aproximava, o céu se abriu e já pude avistar as torres ao longe. Pouco antes de chegar à Praça do Obradoiro, em Santiago de Compostela, a emoção tomou conta de mim. Um senhor tocava a música medieval “Dum Pater Familias”, também conhecida como “Canto de Ultreia” ou “Canção dos Peregrinos Flamengos”. Essa melodia, uma das mais antigas que fazem referência ao culto a Santiago, acompanha os peregrinos que chegam à praça e à Catedral. Eu já tinha visto vários vídeos desse momento. Mas estar ali, sentir, viver, emocionar-me… foi inexplicável. E adivinhem? Até o sol apareceu para me receber!
Ali sentada, com a Catedral à minha frente e a mochila ao lado, muitas emoções vieram à tona: risos, lágrimas, pensamentos sobre minha família, minha mãe, tudo o que eu tinha vivido nos últimos anos, o quanto eu desejara estar ali. Por um longo tempo permaneci sentada, vivendo e apreciando o momento, sentindo-me viva e agradecendo por tudo.
Atualmente, estou escrevendo um livro para contar tudo o que vivi e aprendi — um livro que também fala sobre coragem. O que a vida nos pede é coragem: coragem para ir em busca, coragem para não desistir. Quem caminha entende que o momento certo é o que se vive, não o que se espera. O chão molhado, o vento contra, o imprevisto… tudo isso ensina mais do que a calmaria. O Caminho nunca promete conforto, mas sempre oferece aprendizado.










