Empecé el Camino con un propósito muy claro:
encontrarme conmigo misma y superar mis miedos.
Después de un año y medio rompiendo mi vida entera, cerrando ciclos, dejando atrás lo que ya no me hacía bien y reconstruyéndome desde cero, necesitaba un punto de inflexión.
Un antes y un después.
Y ese “después” empezó con una mochila, unas botas… y una idea loca: llevarme una mini mesa de DJ.
Sí, una mini mesa de DJ y un altavoz Bluetooth.
Porque mi propósito no era solo caminar:
era juntar mi música con mi proceso, con mis cambios, crear algo que me moviera por dentro y, de paso, compartirlo con los peregrinos que se cruzaran en mi camino.
Esa idea tan loca me dio una razón más para levantarme cada mañana, incluso en los días más duros.
Fui sola, pero nunca estuve tan acompañada.
Por mí.
Por la naturaleza.
Por las personas maravillosas que te regala el Camino de Santiago Francés y que se acaban convirtiendo en familia sin buscarlo.
Pinchar cada día se convirtió en un ritual.
Al principio me daba mucha vergüenza.
Eran los propios peregrinos quienes me animaban y quienes incluso se ofrecían a hablar con bares y locales para que yo pudiera pinchar en las paradas.
Y ahí descubrí un valor que llevaba tiempo escondido:
la confianza en mí misma.
Esa que llevaba oculta y que le costaba salir.
Pero con el paso de los días, las adversidades, los dolores y la emoción del Camino… volvió a despertar.
Y me recordó que puedo lograr lo que me proponga, aunque me tiemblen las piernas.
En las ciudades grandes hacía un pequeño movimiento en redes:
subía un vídeo, pedía ayuda, y en cuestión de horas alguien me encontraba un local.
Un sitio con mesa grande, buenos altavoces… y siempre mucha gente dispuesta a celebrar la vida.
Se unían peregrinos, locales, curiosos…
Y cada noche acababa rodeada de agradecimientos, abrazos y personas diciéndome que mi música les había dado justo lo que necesitaban.
Yo solo ponía canciones; el Camino hacía el resto.
Hubo etapas en las que no tenía fuerzas ni para un paso más, sobre todo en los kilómetros finales.
Etapas en las que lloré, en las que dudé, en las que pensé que no lo conseguiría.
Pero mis ganas de crear un momento bonito para los peregrinos me empujaban siempre un poco más.
La música fue mi gasolina.
El Camino, mi maestro y mi liberación.
Y llegó un día, uno de esos que te parten por dentro, en el que me encontré llorando no por el cansancio, sino porque entendí que había abandonado a una parte de mí durante demasiado tiempo.
Y allí, en mitad de un sendero, la perdoné.
Y la recuperé.
El Camino es el Camino de la vida:
con sus adversidades, sus regalos, sus sombras y sus luces.
Te rompe y te recompone.
Te quita lo que sobra y te devuelve lo esencial.
Te muestra la verdad y te pone frente a tus mayores miedos.
Después de 33 días, llegué a la Plaza del Obradoiro.
Y no llegó solo la Yasmina que salió de casa:
llegó la Yasmina llena de confianza, de calma y de certeza.
La que ya no busca fuera lo que tiene dentro.
La que caminó sus miedos.
La que bailó sus heridas.
La que entendió que la verdadera compañía empieza dentro.
Aún hoy me cuesta aterrizar de todo lo que viví.
Porque este viaje fue, sin duda,
el viaje de mi vida.
Siento que he crecido lo que suele tardar años.
Que mi propósito como DJ puede llegar a donde yo decida llevarlo.
Y que muchas otras cosas en mi vida también.
Este viaje me dio aprendizaje, confianza, valentía
y personas preciosas que siempre estarán en mi historia.
Ojalá convertir esto en una forma de vivir.
Ojalá volver el año que viene y seguir caminando.
Buen Camino.










