Domingo de la Calzada
Domingo García, a quien se le conoce popularmente como Santo Domingo de la Calzada, nació en el año 1019 en un lugar llamado posiblemente Viloria de Rioja, que se encuentra en la Provincia de Burgos, en el norte de España. Murió el 12 de mayo del año 1109 en la localidad de Santo Domingo de la Calzada, situada en La Rioja. A lo largo de su vida, Domingo fue un destacado religioso que dedicó su esfuerzo y dedicación a fomentar y promover el Camino de Santiago Francés, una de las rutas de peregrinación más importantes en la historia cristiana.
Su contribución al camino fue fundamental, no solo en términos de organización y atención a los peregrinos, sino también en la construcción de infraestructuras que facilitaran el tránsito de los viajeros que realizaban esta sagrada ruta. Su legado permanece vigente hasta hoy, convirtiéndolo en una figura muy respetada y recordada dentro de la tradición española. Además, Santo Domingo de la Calzada es reconocido como el patrón de los ingenieros civiles, que incluye tanto a los ingenieros técnicos de obras públicas como a aquellos especializados en caminos, canales y puertos, lo que resalta aún más su influencia en el desarrollo de la ingeniería en su país.
Biografía Santo Domingo
Domingo de la Calzada nació como hijo de un labrador cuya identidad era Ximeno García y de su madre, Orodulce. Tras la triste y temprana muerte de sus padres, Domingo se vio en la necesidad de buscar su camino espiritual. Durante este período difícil, intentó unirse a los monasterios benedictinos de Valvanera y San Millán de la Cogolla, con la esperanza de llevar una vida dedicada a la fe y la oración. Sin embargo, a pesar de sus esfuerzos, no logró ser admitido en ninguno de estos monasterios lo que lo llevó a experimentar una profunda decepción.
Con el ánimo un poco decaído después de este traspié, decidió retirarse a vivir como eremita en un lugar apartado y solitario. Se estableció en los bosques de encinas de Ayuela, una zona tranquila que está cerca de lo que hoy conocemos como Santo Domingo de la Calzada. Allí, llevó una vida de reflexión y contemplación hasta el año 1039. En ese año, ocurrió un cambio importante en su vida cuando comenzó a colaborar con Gregorio, el obispo de Ostia, quien había llegado a Calahorra con la misión de combatir una devastadora plaga de langosta que estaba afectando las tierras de Navarra y La Rioja.
A través del trabajo conjunto con Gregorio, recibió la ordenación sacerdotal, lo que marcó un nuevo capítulo en su vida. Ambos se unieron para llevar a cabo una importante obra: la construcción de un puente de madera sobre el río Oja. Este puente tenía como objetivo facilitar el paso de los peregrinos que se dirigían hacia Compostela, permitiendo que el viaje fuera más accesible y seguro. La colaboración entre Domingo y Gregorio duró hasta la muerte de este último en el año 1044.
Después de la triste muerte de su compañero Gregorio, Domingo regresó nuevamente a la zona de Ayuela, donde decidió emprender una significativa labor de colonización. Se dedicó a talar bosques densos y a roturar tierras vírgenes, abriendo así el camino para nuevas posibilidades agrícolas en la región. Además, comenzó la construcción de una calzada de piedra, que representó una desviación del antiguo camino romano que conectaba Logroño y Burgos. Con el tiempo, esta nueva ruta se transformó en el principal recorrido entre Nájera y Redecilla del Camino. Gracias a su arduo trabajo y dedicación a esta labor, Domingo llegó a ser conocido como Domingo de la Calzada, un título que refleja su impacto en la región y su contribución a la mejora de las condiciones de vida de quienes lo rodeaban.
Para mejorar las condiciones de vida de los peregrinos que comenzaron a transitar por la nueva calzada, se tomó la decisión de sustituir el antiguo puente de madera que había sido construido con la ayuda de Gregorio por uno que fuera más robusto y duradero, hecho de piedra. Además, se llevó a cabo la construcción de un complejo que incluía un hospital, un pozo y una iglesia. Este complejo tenía como objetivo atender las diversas necesidades de los viajeros que pasaban por allí. En la actualidad, este lugar es conocido como la Casa del Santo, que se utiliza como albergue para los peregrinos que recorren el Camino de Santiago. El albergue que se erigió, así como el pozo, están ubicados en lo que hoy se conoce como el Parador Nacional, que se encuentra en la plaza del Santo.
En el año 1076, cuando Alfonso VI de León se apoderó de La Rioja, se dio cuenta de que el desarrollo del Camino de Santiago contribuía de manera significativa a su ambicioso proyecto de integrar esta zona a su reino. Por esta razón, comenzó a apoyar al santo, sus obras y a la villa misma. En el año 1090, visitó a Domingo y le confió la responsabilidad de las obras viarias que se estaban llevando a cabo a lo largo del Camino de Santiago. En esos momentos, Domingo, junto con su discípulo Juan de Ortega, ya había iniciado la construcción de un templo que estaba dedicado al Salvador y a Santa María. Este templo fue consagrado oficialmente por el obispo de Calahorra en el año 1106. En el exterior de esta iglesia, adosado a sus muros, el santo eligió un lugar para ser enterrado, lo que significaba que era un punto importante no solo en términos de fe sino también en la historia de la región.
El burgo, conocido como Masburguete o Margubete en la actualidad, que corresponde a Santo Domingo de la Calzada, comenzó como un pequeño grupo de casas que se construyeron alrededor de la ermita del santo durante su vida. Para el año 1109, cuando Domingo falleció, la villa ya contaba con una población en crecimiento. La iglesia de Santo Domingo de la Calzada, donde fue enterrado, fue elevada al rango de catedral poco tiempo después, cuando la diócesis de Calahorra se trasladó a este lugar entre los años 1232 y 1235.
En la actualidad, se pueden ver nueve tablas pintadas que adornan una de las paredes de la catedral, y estas tablas sirven para recordar los milagros que realizó Santo Domingo, lo que resalta su importancia y su legado en la historia de la región. Estos elementos no solo son un testimonio de la fe sino que también ilustran el impacto duradero que tuvo el santo en la vida de la comunidad y en el camino que siguen los peregrinos hasta el día de hoy.
Milagros del Santo Domingo
La imagen de Domingo de la Calzada se encuentra en la iglesia de San Juan de Ortega que está localizada en la Provincia de Burgos. Las buenas obras realizadas por Santo Domingo a favor de los peregrinos que viajaban hacia Santiago de Compostela no parecen haber terminado con su muerte. De hecho, hay muchos relatos que hablan de milagrosas curaciones que han sucedido en la villa, y la gente atribuye estas sanaciones a la influencia y la intercesión de Domingo.
Uno de los milagros más notables es la curación de un caballero francés que estaba poseído por un demonio. Este hombre logró liberarse del espíritu maligno cuando se encontraba ante el sepulcro del santo, lo que dejó a muchos creyentes asombrados y llenos de fe en el poder de Santo Domingo.
Otro relato famoso es el de un peregrino alemán del siglo XV llamado Bernardo. Este hombre llegó a la tumba de Santo Domingo sufriendo de una infección purulenta en los ojos que le causaba un gran dolor. Sin embargo, al visitar el lugar sagrado, experimentó una notable recuperación y se curó por completo, lo que aumentó la fama de las maravillas de Santo Domingo.
También hay una historia sobre un normando que, al visitar la catedral, recuperó la vista. Esta sanación, igual que las otras, es un testimonio de la fe y la devoción que la gente tenía hacia Santo Domingo, ya que muchos creían que su espíritu continuaba protegiendo y ayudando a los peregrinos que pasaban por la villa. Estos milagros no solo resaltan la figura de Santo Domingo, sino que también refuerzan la importancia de la fe en las tradiciones de los peregrinos que se dirigen a Santiago de Compostela.
El milagro del gallo y la gallina
Esto sucedió en Santo Domingo de la Calzada, que se encuentra en la región de La Rioja.
Era durante el siglo catorce, un tiempo en el que muchos personas hacían el Camino de Santiago Francés, un largo viaje hasta la Catedral de Santiago en la ciudad de Santiago de Compostela, que era muy importante para los peregrinos. En este contexto, había un joven alemán de dieciocho años llamado Hugonell. Él estaba viajando con sus padres, con la esperanza de completar su peregrinación y recibir la bendición del Apóstol Santiago.
Mientras se alojaban en un mesón, una joven que trabajaba allí se sintió atraída por Hugonell y comenzó a enamorarse de él. Sin embargo, el joven no correspondió a sus sentimientos, lo que causó en ella un gran despecho. Llenándose de rencor y deseo de venganza, decidió actuar de manera muy deshonesta. En un momento de secreto y malicia, guardó en el zurrón de Hugonell una copa de plata que no le pertenecía. Después, sin más, lo acusó de haber robado esa copa.
Cuando Hugonell y sus padres estaban por salir del mesón y continuar su viaje hacia Compostela, la justicia llegó al lugar. Examinaron el zurrón del muchacho y encontraron la copa de plata. A pesar de su inocencia, Hugonell fue declarado culpable de robo y fue sentenciado a la horca. Los padres, desesperados y sin poder hacer nada más que simplemente rezar, elevaron sus súplicas a Santiago, pidiendo ayuda y justicia.
Mientras se acercaban al lugar donde estaba el cuerpo de su hijo colgado, ellos se despidieron, pero para su sorpresa, escucharon que él les hablaba desde la horca. Les aseguró que estaba vivo gracias a la intercesión de Santo Domingo de la Calzada, quien había obrado un milagro.
Con gran alegría, los padres decidieron llevar la noticia al corregidor del lugar. Este, que en ese momento se encontraba cenando de manera muy opulenta unas aves, naturalmente no creyó lo que escuchaba y se rió de la situación. Con un tono burlón, pronunció la famosa frase: “Vuestro hijo está tan vivo como este gallo y esta gallina que me disponía a comer antes de que me importunarais”. En ese momento, ocurrió algo inesperado y sorprendente. Las aves, que estaban sobre la mesa, saltaron de su plato y comenzaron a cantar y cacarear alegremente, como si también quisieran confirmar el milagro que había tenido lugar.