Viajar en manada: el experimento Sívori

5 Dec 2025 3 min read
Featured image

El Camino de Santiago Francés fue, para mí, mucho más que una caminata larga con familia: fue una especie de experimento emocional, un reality show itinerante donde cinco Sívoris —mi madre Silvia, mis hermanos: Fran, Tommy, Gasty, y yo— salimos a ver qué pasaba cuando nos soltábamos en Galicia con mochilas, ampollas, cervezas y expectativas altas. Y lo que pasó fue hermoso, caótico, sanador, gracioso, y por momentos rarísimo… como debería ser cualquier aventura compartida.

Todo arrancó antes de Madrid, en un bondi semicama desde Bahía Blanca (Argentina) donde dormí muy mal. Ese mood ya no me abandonaría nunca: viaje incómodo, sueño cortado, pero emoción constante. Madrid nos recibió con ese torbellino de estímulos que te dejan medio bobo: gente por todos lados, subtes combinados, un departamento feo (aunque estratégicamente ubicado) y el cumpleaños de mi madre celebrado sobre un avión. Fue un día denso, amable y confuso. Sabía que necesitaba otra semana en la ciudad, pero el Camino nos esperaba.

El viaje en tren hacia Sarria fue otra película: una mendocina simpática (Celeste) que después sería parte del grupo ampliado, un transbordo obligado por incendios gallegos y una llegada a un pueblo que nos agarró por sorpresa: Sarria es el tipo de lugar donde sentís que todo empieza. Hippie, cargado de vibra peregrina y perfecto para calibrar el espíritu. Ahí entendí algo fundamental: viajar con familia es hermoso… aunque también desgasta. Había que encontrar espacios propios para no morir en el intento.

El insomnio previo al primer día de caminata me dejó temblando de ansiedad y sin una gota de sueño. Al amanecer, con esa luz nublada perfecta, el Camino se abrió ante nosotros como algo más grande que una simple caminata. Multitudes alegres, bosques verdes, aldeas mínimas… y los eventos insólitos, como el británico que nos gritó “Las Malvinas son argentinas” y se fue corriendo como si hubiera cumplido su misión histórica. La llegada a Portomarín, empapados por una lluvia leve y constante, fue cinematográfica. El cruce del puente, el dolor, la alegría, la sensación de estar formando parte de un ritual milenario… todo eso mezclado con la aparición de personajes como Emilio, el bartender de Chubut, y la propia Cele, que ya era parte del elenco estable. Fueron noches de tapas, risas, sellos y descubrimientos inesperados.

El tramo hacia Palas de Rei fue más rutero y lleno de pequeñas conexiones: conversaciones con peregrinos del mundo, aldeas que parecían mapas del Counter Strike y una frase que quedó como cábala: “¿Quién más odia a Gorda y Carlos?”. El día hacia Arzúa fue el más largo y mentalmente desafiante. Prácticamente 30 km. Ahí entendí por qué el Camino es tan místico: saludos rituales, rostros repetidos, charlas que duran minutos y significan un montón, paisajes que conectan con algo muy íntimo. Entrar a Arzúa fue una victoria corporal, emocional y espiritual. Rendición absoluta ante el cansancio y un orgullo que me llenó la panza de calor.

O Pedrouzo llegó después de un día más corto y vino con esa sensación de estar ya a un día del final. Lo más lindo es que el Camino me hizo sentir parte de una comunidad invisible. Todos estábamos caminando por algo. Algunos lo cuentan, otros lo esconden, todos lo llevan en la mochila. Y entre saludos, ampollas y cervezas, lo que se vuelve mágico es eso: caminar juntos, aunque cada uno esté haciendo su propio viaje.

Y entonces llegó el último tramo. Esa caminata hacia Santiago de Compostela tuvo algo extraño: mezcla de nostalgia anticipada y adrenalina final, como cuando estás terminando un libro que te encanta y avanzás despacio para que no se termine. Cada kilómetro se sentía distinto. Más liviano, más consciente. Cuando por fin entramos a la ciudad y vimos la catedral, todo tomó una dimensión difícil de explicar. No hubo épica hollywoodense, sino algo mucho más íntimo: alivio, emoción acumulada, la certeza de haber cumplido. Compostela nos recibió con el ruido de los peregrinos que llegan, las fotos, los abrazos, los cuerpos rotos y las almas un poquito más ordenadas. Sentí que ese punto final era también el principio de algo más profundo: la confirmación de que caminar, en compañía, te repara de maneras que no sabés hasta que llegás.

Lupa Sívori

Instagram: @ViajarLeyendo451

Septiembre 2025

Camino de Santiago Francés
Resumen de privacidad

Esta web utiliza cookies para que podamos ofrecerte la mejor experiencia de usuario posible. La información de las cookies se almacena en tu navegador y realiza funciones tales como reconocerte cuando vuelves a nuestra web o ayudar a nuestro equipo a comprender qué secciones de la web encuentras más interesantes y útiles.

Puedes revisar nuestra Política de Privacidad.